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DE FATAGA A SANTA LUCÍA

A punto estuvo de no realizarse esta bonita ruta debido a la amenaza de fuerte calima. Llegó la calima, sí, pero primero nos permitió disfrutar de unos paisajes espectaculares pues la visión de estos macizos que rodean Fataga quita el aire a quien los contempla.

Comenzamos como siempre nuestra salida desde la fuente luminosa y tras un breve alto para el desayuno llegamos a Fataga.

Fataga es un pueblo de película. Cuesta no enamorarse de este rincón a pesar de que la inexistencia del invierno y los restos del incendio no la han dejado verdear como suele ser.

Estar aquí me transporta al año 81, cuando ejercí de maestra en este lugar, antaño difícil de encontrar y peor aún de conectar en transporte. Pero su encanto no lo ha perdido.

En la actualidad es un pueblo turístico y reposo invernal de esos europeos del norte que vienen buscando el buen tiempo. Sus calles empedradas y angostas llaman la atención del visitante, y sus casas, siempre blancas se quedan grabadas en tu retina. Parece un pueblo antiguo y lo es pues fue refugio de aborígenes y testigo de aquellos que lucharon por su libertad.

Hoy en día es un rincón varias veces galardonado por su belleza y por sus construcciones. Que siga así.

Y de aquí partimos con la alegría e ilusión que siempre nos caracteriza. Además, el buen tiempo parece que nos va a acompañar.

Caminamos un poco por el borde de la carretera hasta dar con la subida muy bien señalizada. Apenas ascendemos se puede contemplar la belleza y plenitud del lugar. El pueblo es un oasis blanco entre el marrón de los roques que lo circundan. Fotos de rigor y seguimos con el ascenso.

El camino es pedregoso, como corresponde a esta zona de la isla, y el sol nos acompaña, aunque no molesta. Una suave brisa nos acoge. No es mucha la subida, pero se agradece llegar a la bifurcación donde un cruce de caminos nos señala las distintas direcciones que puedes tomar

Desde aquí vemos el Pico de Amurga pero nuestro objetivo es otro. Nos vamos a Santa Lucía.

Comienza nuestro descenso con el mismo tipo de piedra y vegetación; algún hinojo y escobón. Poco más podemos encontrar por estos lares.

Vamos bien de tiempo y la temperatura está ideal así que realizamos la bajada con tranquilidad, pisándole los talones a otro grupo que nos precede.

Desde aquí la vista del barranco debe ser tremenda en época de lluvia pues en este recodo el tronar del agua arrastrándose entre las piedras tendrá que ser música para los sentidos.

Pero debemos seguir y aunque nuestro destino está bastante cerca y el tiempo no nos apremia, terminamos nuestro descanso.

Comienza aquí una breve subida que nos lleva a pasar por delante de varias viviendas vacacionales que seguro son el sueño deseado de cualquier visitante de fuera.

Y ¡cómo no! La naturaleza nos brinda un hermoso regalo pues una pareja de alpispas o lavanderas se posan relajadamente ante nuestros ojos para deleite del fotógrafo. Como corresponde a esta época del año se encuentran recogiendo materiales para edificar su nido. Ojalá se encuentren más ejemplares como éstos pues ya la escasez de acequias hace cada vez más difícil su hábitat y tienden a desaparecer. De momento nos maravillamos y las disfrutamos.

Nos adentramos en Santa Lucía, pero aún queda un ratito para llegar. Todo es subida, aunque no lo parezca; la vegetación es más abundante pero se nota la falta de agua. Olivos y eucaliptos aguantan estas temperaturas y nos guían hasta el casco urbano.

Da la impresión de que la calima se acerca pues se siente ya la sequedad en el aire y parece que la visión del paisaje está algo borrosa, pero al fin hemos llegado al precioso pueblo de Santa Lucía, antiguo lugar dedicado a la producción del azúcar de caña para la exportación. En la actualidad ya sabemos todos que, como el resto de la comunidad autónoma, la supervivencia para el agricultor sigue siendo deficiente.

En fin, después de haber caminado por estos espacios naturales de gran singularidad es hora de tomar una cervecita mientras esperamos a la guagua.

Subimos hasta Taidía y nos quedamos en el restaurante del burro safari, lugar atractivo para acudir con niños y donde nos acogen con un trato muy agradable y en el que disfrutamos de un divertido almuerzo gracias, como siempre, a la buena compañía.

Agradecimiento a Lucy nuestra anfitriona por haberlo recomendado y reservado.

¡Sorpresa! Cuando salimos para regresar a casa ya no existía el paisaje. Solo el polvo nos rodeaba. La calima por fin nos alcanzó así que volvimos a casa felices pero secos y empolvados.

La única magua que nos quedó fue no poder visitar el molino pues se encuentra en reparación. Ya tenemos una buena excusa para volver.