
CIRCULAR POR TAMADABA
Un día inestable el que nos recibió el pasado sábado. El grupo estaba un poco tenso pues las previsiones meteorológicas no eran realmente atractivas,
Salimos, como siempre, de la fuente luminosa y después de recoger a una parte del grupo en Arucas, hicimos un alto en Lanzarote para el deseable desayuno y avituallamiento. Hoy hay que celebrar la presencia de Pepi, nuestra presidenta, recuperada ya, afortunadamente, de sus problemas de salud.
El tiempo se presenta frío. El cielo está encapotado y existe un 95% de probabilidad de lluvia. Pero estamos contentos. No todos los días pasea uno por Tamadaba.
El trayecto en guagua se hace largo y lo que vemos, o mejor lo que no vemos, no presagia un día estable. Todo es neblina y solo observamos lo que queda más cerca. Llueve aunque flojo y se siente el frío y el viento ¡Esto no pinta nada bien! En la memoria y en la boca de la mayoría surge el recuerdo de un día gélido en la cumbre, cuando tuvimos que cambiar de ruta.
Pero el ánimo es alto y pensando en positivo alcanzamos el entrañable pueblo de Artenara, ya despejado, pues su orientación y su altitud hace repeler esa neblina que nos envolvía.
Llegamos a Tamadaba, pinar entre pinares. Antiguo pinar, lugar protegido, propiedad de todos los habitantes del planeta y maravilloso espacio para practicar el bello deporte del senderismo.
Comenzamos la caminata forrados hasta los dientes pues el frío es grande y aunque no llueve y el cielo aparece despejado, es imposible dar un paso sin protegernos de ese aire helado que nos envuelve.
Para cualquier persona normal un bosque es un bosque y pueden parecernos todos iguales pero, para mí Tamadaba es mágico. No solo por su ubicación en este macizo alto y antiquísimo sino por todo lo que él lleva en su interior. Tamadaba es sinónimo de verdes y marrones, de amarillos y rojizos. Tamadaba nos envuelve con su vegetación pero también nos lanza al abismo. Tamadaba nos regala estampas maravillosas que hacen las delicias de cualquier cámara fotográfica. Tamadaba nos traslada al pasado pero también nos enseña el futuro. Tamadaba es el corazón y el pulmón de mi isla. Y yo me siento feliz.
Nos acercamos enseguida al risco para contemplar el siempre espectacular Roque Faneque que se asoma al océano invitando al senderista a imaginar lo que puede existir más allá de estas aguas. Por el camino observamos el daño que hizo el gran incendio con algunos ejemplares totalmente chamuscados pero también como este fantástico pino canario resurge de sus quemaduras y brota fuerte y con ganas.
El pino canario es el protagonista de este bosque, aunque a lo largo del camino se puedan observar otras especies que le acompañan. Este pino se caracteriza porque tiene tres acículas y sobre todo porque su corteza presenta una gran resistencia al fuego. Aunque en el pasado se talaron demasiados ejemplares, también se ha repoblado y hoy podemos disfrutar de especies muy mayores compartiendo espacio con jóvenes, lo cual garantiza la continuidad de la especie.
Nuestro caminar sigue algo más hasta llegar al magnífico Mirador de La Mimbre o del Fin del mundo, donde es imposible no sentirse afortunado pues la vista de Agaete y parte de la costa norte hará las delicias de todos. El viento es fuerte a rachas y la cercanía del precipicio de unos 1.400 m de altura da miedo pero sería un pecado no pararse a plasmar nuestra presencia aquí. Fotos y más fotos nos hace permanecer un buen rato. Las postales serán magníficas. No hay prisa. El lugar lo merece.
El bosque sigue imparable y la influencia de los vientos alisios se hace patente al contemplar esas barbas de capuchino que cubren los pinos haciéndolos parecer fantasmas de películas de terror. Caminamos observando de vez en cuando la costa, entre el pinar. La altura es palpable pero permanecemos a distancia. Nos rodean brezos florecidos, gamonas, follaos y escobones; una infinidad de especies vegetales que hacen de este camino un sendero especial. La vista se alegra con tantas cosas que mirar: cuevas, piedras con extrañas formas, pinos, helechos y ruidos naturales. Nuestros sentidos se llenan y la calma renace en nuestros espíritus. ¡Esto es lo que hace feliz a mi cuerpo y a mi mente!
Abandonamos ya el canal y después de un alto para reponer fuerzas seguimos este paseo y caminamos ahora por una pista donde la pinocha húmeda y rojiza amortigua nuestros pasos. El andar que se realiza en bajada, es sereno y los ánimos altos. El tiempo atmosférico acompaña así que todos sonreímos. Dejamos de lado una presa que luego atravesaremos y descendemos por una zona que nos va a proporcionar de nuevo, un momento de alegría inesperada pues ante nuestros ojos surge alegre y hermosa una encina centenaria. Es increíble que aquí, en medio de un pinar atlántico se haya desarrollado tal especie. Se trata de un grupito de encinas, árbol de bosque mediterráneo que ha encontrado en este paraje un microclima ideal para su supervivencia pues el lugar está protegido de los vientos y ha crecido de tan espectacular forma que hace las delicias de todo aquel que la ve.
Fotos y más fotos, risas y más risas y seguimos andando. Miramos al cielo y volvemos a agradecer que la lluvia no haga acto de presencia. El tiempo está ideal para caminar y así disfrutamos.
El sendero nos lleva de nuevo hasta donde se encuentra la presa, vacía de agua, pues las lluvias prácticamente no han aparecido esta temporada. Pasamos al otro lado y comenzamos la subida. Hemos de llegar a la misma zona de salida y todo lo que bajamos debemos subirlo. A lo lejos se observa algún halcón y hemos tenido la suerte de ver a un pico picapinos. ¿Qué más se puede pedir?
El ascenso es gradual salvo en el tramo final que se vuelve algo más empinado, pero al no hacer calor podemos sobrellevarlo con alegría. Los pinos no nos abandonan y algunos cipreses y eucaliptos se incorporan al bosque para seguir proporcionando sombra y protección al caminante. Este bosque que sobrevive gracias a la humedad que le proporciona el alisio es una gozada para la vista y el olfato.
Culminamos la subida en un cruce de caminos donde podremos elegir el nuestro así que nos dirigimos en bajada hasta la zona recreativa donde por fin podemos descansar y almorzar.
Ha sido un hermoso paseo donde hemos tenido un protagonista inesperado pues desde el momento plátano nos ha acompañado un tronco de pino recogido por nuestro compañero Rogelio que lo ha llevado como un penitente durante todo el día. Era un regalo para María pero no cabía en la guagua y allí se quedó. Lo echamos de menos. ¡otra vez será!
Parada en Artenara para chocolate con churros y torrijas con miel. Unos licorcitos, unas risas y a casa. Lo mejor del día, como siempre, la compañía. Con compañeros así da gusto pasar estas horas.
Rumbo a casa que la tan temida lluvia acaba de hacer acto de presencia